Otoño: mocos y reformulación

Recambio de estación
El otoño se evidencia en los bollitos de papel al lado de mi cama, debajo de mi almohada.
Necesito abrigarme.
Mi ropa calentita fue archivada con la prolijidad que me caracteriza: un gran bollo en una caja.  Pero tuve la lucidez de dejar una puntita de cada prenda a la vista, una especie de índice para saber qué hay.
Entonces comienzo a dudar: ¿qué de lo que tengo voy a seguir usando? Esto ya no me queda bien, esto abriga pero es muy grande, esto me va a volver a entrar alguna vez, y así.
Tengo una tendencia a conservar cosas que sé que ya no me sirven y una resistencia natural a soltar.
El paralelogramo de lana marrón que supo ser un sweater, pobre, tan maltratado por la centrifugada feroz, es un icono de mi vestuario.
Se me cae por todos lados, no coincide con ninguna de mis curvas. Y ya no abriga tanto: quedó finito y transparente por sectores.
Pero yo no atiendo a la cuestión estética así que lo conservo porque mejor eso que nada. El invierno podría ser duro.

Hace un tiempo tenía el ropero muy organizado, clasificado por color y funcionalidad.
Era un dispensador de recursos tan mecanizado que ante la mínima necesidad encontraba una respuesta.
Sólo que había consecuencias, porque la incomodidad a veces me apabullaba y no sabía cómo arreglarme.  Y empecé a ser incómoda.
El aspecto que uno adopta se va naturalizando en la propia percepción: el ser así es una premisa que sale solita.
Entonces el espejo devuelve una desprolijidad que uno elije interpretar como estilo.
La perseverancia es lo último que se pierde cuando se decide repetir estructuras y es tan fácil quedarse ahí aferrado, cómodo en la seguridad.
La deconstrucción de un ropero no es nada simple.
Decidirse a ir por todo y hacer un cambio rotundo implica mucha sinceridad.
Por ejemplo, regalar las prendas que ya no sirven es algo miserable, genera la ilusión de la solidaridad pero sin darle al otro algo que sea útil.
Evolucionar hacia algo mejor, el reciclado, por ejemplo, ya sea para donar o conservar, requiere esfuerzo. No es para cualquiera.
¿Qué puedo hacer con esto que formó parte de mí y ya no lo quiero? ¿Es del todo inútil? ¿Se puede arreglar?¿Me incomoda porque se deformó o lo estoy usando mal?

Soltar todo y largarse, qué maravilla. (De la evasión)
Un sincero reconstruir demandará inteligencia.
Si bien lo discursivo nos alivia profundamente con las audaces proclamas que emitimos, a veces pasa que igual volvemos a caer en la misma prenda una y otra vez.

El frío me pone barroca: me lleno de accesorios que me aporten calor.
Un invierno fui pelada y reemplacé mi cabello con un pañuelo verde que hacía combinar con mis polainas y bufandas. Cuando volvieron los rulos el pañuelo pasó al cuello, a la cadera, a formar parte de mi decoración.
Lo pude resignificar con utilidad y coquetería.
Pero, oh, aún conservo pantalones agujereados o camisetas que hace años no me van.
No las quiero usar más ni siquiera para dormir.
Sobre todo nunca más quiero dormir con lo que no me va, sólo lo haré con las prendas que, cóncavo y convexo, me calcen justo.

En este recorrido por las cosas que cambio o mantengo, registro que aprendí a no dar respuestas inmediatas que evidencian que no medió el pensamiento, y a no juzgar a quien hace las cosas de modo distinto al mío.
Pero aún me enfermo sólo los días que no tengo que trabajar, me cuesta perder el tiempo, me sobrecargo de tensiones ajenas e intento resolver todos los conflictos sin confrontar, exponiéndome demasiado.
Súper yo aún tiene mucha presencia en mis elecciones.
Así que para inaugurar esta nueva temporada, aunque sé que durará sólo un tiempo y luego se transformará, estoy pensando en la opción de organizarme, abrir el ropero para dejar salir lo que estaba mal guardado, desconfiar de la ropa que me hace sentir falsamente cómoda y esta vez atreverme a tirarme de cabeza a la reformulación comprando algo nuevo, cosiendo algunos agujeritos y descartando lo que ya no sirve más que para usar de trapo. Porque eso sí que es digno: juntar los recortes de lo que ya no me sirve y hacerlo devenir en potencia limpiadora, que barra los restos de mis antiguas resistencias.

Deja un comentario