Elogio del ardor

Durante siglos sofoqué mariposas.

No me contradicen mis jóvenes casi 40 porque vengo sofocando ardores ancestrales.

Siempre sostuve como evidente que la revolución será desde el arte y el amor (oh discurso progre que se descascara y no tiene núcleo, que deja expuesta la desnudez del rey que se cree envestido de oro) pero en un contraste insoslayable la pasión que moviliza transmutó en vulnerabilidad.

Me aterraron las miradas ajenas,  la vergüenza de ser igual a lo que discuto.

Empoderada de pasión me encontré en las revistas de chimentos y fui señalada por mi propio temor.

Tomar decisiones es elegir un modo de vida: yo guardé todos los accesorios que me hacían sonreír porque no me parecía justa esa sonrisa esponsoreada.

Pero esa timidez no apareció conmigo sino antes: fue forjada desde la panza de la primera mamushka, a quien desconozco pero intuyo en pelotas y a los gritos, aunque convenientemente guardada para cuidar a la que venía después.  Y así ella haría lo mismo; entonces  fuimos saliendo cada vez menos gritonas y más vestidas.

Más guardadas para preservar a la que sigue.

En un ejercicio de contemplación registro que mis ancestras conocidas sostuvieron el discurso más hermoso que escuché, de libertad y fuerza.  De autonomía e irreverencia.  De vino y pucho vedado a las congéneres, de cintura sexy en ajustado palazo floreado o patoteadas en la calle al mando de un auto destrozado.

De un feminismo ejecutado y no relatado, con aborto pero sin marchas ni Ni una menos.

Como en el teatro, sobraba el narrador y no hizo falta que me contaran nada: todo estuvo a la vista.

Ellas manejaban herramientas o sabían muy bien lo que querían o coqueteaban como locas o se exiliaban o construían su presente a empujones.

Pero

Ninguna

Ay

Ninguna

Pudo sostener una pasión

Lo dicho: en un ejercicio de retórica patriarcal, su potencia trasmutó a vulnerabilidad

Entonces se fueron guardando.

La pasión se hizo pareja y se deshizo revolución

Se canalizó en el amor romántico marketinero de familias serias con casas por hacer y tareas no repartidas, con  fotos felices pero videos tristes.

La coqueteadora necesitó desajustarse la cintura  para que la miraran a los ojos y le dijeran señora. Y lo escuchaba con la dignidad de quien obtiene el resultado de su esfuerzo.

Muñequitas interiores, cada una sabía que contendría a otra igual pero más chiquita y vulnerable, y con la responsabilidad que conlleva formar parte del estratégico entramado capitalista, ahí se quedó.  Cuidando.

Y el extintor se activa solito cuando la brasa no está candente.

Mis mujeres sofocaron su pasión con roles.

Las contemplo y me reconozco, con nuestra feminidad desapasionada y triste.

Años de entrenamiento psi me ayudaron a reforzar enojos en este reconocimiento: ¿cómo no notaron que con su amargura signarían mi desazón?

Pero hoy, que me encuentro explorando los suburbios de la maternidad, esos que tienen que ver con ser una mujer, pienso, leo, escucho, y me  reconcilio.

Y me permito volver a encender ese fuego en  el útero, expandiendo el calor abrasador hasta las puntas de mis dedos que aletean como locos entre biromes o teclas.

Ramita por ramita se va gestando el deseo potenciado por mi propia intención de armar la hoguera que no quemará brujas: las invocará.  Las redimirá en la incompletud que venimos heredando.

Deseo no codicia, no pretensión, no apetito.  Esos sinónimos me narraron toda la vida.

Deseo-deseo, el que me lleva a la lujuria.

Hoy me pasa que milito el no rol.  La desidentificación.

Y me pasa que le escribo al amante y no al amor: doy el paso del sustantivo abstracto al adjetivo bien concreto.

Y me pasa el cuestionamiento emperrado a cada verso que me hacía suspirar, esos que supe recitar entre besos, y sin embargo los recuerdo con valentía, porque mi pasión estuvo siempre ahí: en los versos y en los besos, y la estaba sofocando.

Qué agradecida me siento por haber recuperado ese goce que me hace arder hasta que me duele la panza, hasta que me tiemblan las piernas.

Pensaba extinta esta sensación.

Pero hoy me detecto enardecida, bailando en la hoguera, transitando espacios de crianza, acompañamiento, amistad, amor.  Todos tránsitos.  Ningún rol.

Me abordó una sensación de placer que tardé mucho en buscar y me terminó buscando a mí.

Me sacudió e hizo conmigo una estructura nueva y más potente.

No fue magia; no fue gratis.  No fue sola.

Pero desde la más sensata fidelidad con mi deseo, y la más profunda sororidad con mi linaje, celebro, agradecida, que habiendo atravesado las terribles oscuridades de la desazón, hoy, sonriendo, verseo y beso, y me siento toda empoderada en mi lujuria literaria.

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Andrea Boq

 

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