El encuentro con una obra de arte nunca es inocente. Cada quien será atravesado por los sentidos propuestos según su propia sensibilidad, sus competencias, las referencias que pueda comprender o intuir.
Sin embargo la mirada suele estar condicionada; quien crea una obra lo hace desde un lugar y desde su propia perspectiva: esa es la que ofrece al público.
Georg Lukács dijo hace muchos años que el narrador omnisciente debe ser destruido para poder hablar de Revolución. Porque es falsa la idea de que quien muestra lo que ocurre lo hace de modo transparente: ese que cuenta, lo hace desde su intencionalidad.
Rafael Spregelburd cuenta que fue cautivado por la Heptalogía de El bosco, una colección de pinturas que describe los siete pecados capitales. Se trata de obras que ofrecen un sinfín de puntos de vista. Una inmensidad de simultaneidades para recorrer.
El último, La Ira, es el que inspiró su obra La terquedad.
Y allí nos zambullimos, abrazados por la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes. Nacional: nuestro. El único teatro público que sostiene su identidad y brinda amparo al arte experimental.
Rafael Spregelburd escribió el texto de la obra. La dirige y le pone el cuerpo. Los actores y actrices que lo acompañan son dueños de un entrenamiento tan riguroso que resulta inevitable pensar en sus aportes para la construcción de semejante complejidad: ¿cómo lograr que el público no pierda de vista lo que tiene que mirar?
Jaume Planc, un comisario en plena Guerra Civil Española recibe en su hogar a Roderic y Magda su esposa, exesposa del propio Jaume. En esa casa persiste el duelo por la muerte de un hijo-héroe.
Les preocupa que la Revolución sea una amenaza que cautive a algunos compatriotas. La propuesta de los aires nuevos que llegan de Rusia estaría haciendo suspirar a algunas mujeres.
Jaume habla de los verbos, de la voz pasiva, de las oraciones sin sujeto. Discute la arbitrariedad del signo, porque el modo en que se digan las cosas impactará en su percepción: habilita entre sus invitados la lectura crítica. Esa misma propuesta es un sacudón para el público que decidirá dónde mirar, y desde dónde: los distintos planos de construcción de la obra habilitan diversas profundidades. Como en las esferas del lenguaje.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Durante la obra flotan las palabras de Federico García Lorca: brotan amorosamente desde el respeto con que se lo invoca. Por este libro lo matan, advierte Jaume a su amigo editor, que busca asesoramiento para replicar palabras pero preservar su vida.
Alfonsa, la hija de Jaume, siente que algo de esto ya ocurrió. O no. Vive un déja vu, y cuando eso sucede la música se repite. Un disco rayado es una metáfora de la espiralidad de los sucesos que nos componen. Podremos reconocer las melodías si estamos atentos. Si no, nada sucederá.
Con atención, el público abordará la obra desde su propio deseo, desde lo que lo cautive.
El amor aparece por las ventanas, el piano suena por los rincones, las paredes se iluminan pero la sombra invade a borbotones mientras pájaros y aviones sobrevuelan el espacio en que los burgueses viven cómodos.
Un tic-tac repentino se inmiscuye entre los sonidos y en algún momento es percibido. ¿Desde cuándo suena? ¿En qué momento se lo puede identificar como amenaza?
Y dios, en minúscula, aparece permanentemente. Porque la Iglesia como Institución que ilumina o arde es un elemento fundamental para lograr el orden. No necesitamos más que eso.
La fuerza de cada ausencia resulta conmovedora. Un cuadro que ya no se ve pero su marco de polvo añejo se mantiene adherido a la pared, una niña que no está y no se sabe si alguna vez estuvo pero se hace nombre; un hermano que partió pero sus palabras lo perpetúan.
La terquedad es una propuesta para sumergirse en el valor del lenguaje. En el sentido de lo dicho, en el peso de lo que no se dice. Los secretos que explotan por cualquier lado y la literatura que no existe más allá de las ideas. La sororidad como estrategia de supervivencia y la utopía de borrar la connotación de las palabras, de las que hay que desconfiar, porque primero aparecieron las cosas, luego los nombres, y luego la nada.
Resta atreverse a transitar esta inmensa obra en la que un grupo de trabajadores de extraordinario profesionalismo y compromiso se ofrendan ante un público que tras la invitación a revisarse se asusta o estalla en carcajadas, se llena de empatía o de cuestionamientos.
Cada integrante del elenco desarrolla su papel con justicia: todos los personajes son imprescindibles.
Es destacable la coordinación del equipo técnico. La iluminación y la musicalización no permiten un solo momento de incertidumbre.
El despliegue escenográfico implica una provocación a la manera de mirar. Los recursos tecnológicos utilizados complementan la posibilidad de comprender: cada elemento cumple su función ideológica y estética.
Celebramos con profunda felicidad la reposición de esta obra potente y bella, la apropiación de un espacio artístico que es público y como tal ofrece lo que el espectador se merece: trabajos de excelencia, creatividad, autenticidad. Me siento profundamente agradecida por formar parte de ese público.
La terquedad se presenta en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes: Libertad 815 CABA
Los días Sábados a las 20:00 hs. Hasta el 17/03/2018
Domingos, Jueves y Viernes a las 20:00 hs. Hasta el 25/03/2018
Entradas acá: http://publico.alternativateatral.com/entradas48490-la-terquedad?o=15
Ficha técnica
Texto y dirección
Rafael Spregelburd
Actúan
Rafael Spregelburd
Diego Velázquez
Pilar Gamboa
Analía Couceyro
Paloma Contreras
Pablo Seijo
Andrea Garrote
Santiago Gobernori
Guido Losantos
Alberto Suárez
Lalo Rotavería
Javier Drolas
Mónica Raiola
Producción Cervantes
Yamila Rabinovich / Ana Riveros
Asistente de escenografía
Isabel Gual
Asistente de dirección
Juan Doumecq
Colaborador artístico
Gabriel Guz
Música original
Nicolás Varchausky
Vestuario
Julieta Álvarez
Video
Pauli Coton / Agustín Genoud
Escenografía e iluminación
Santiago Badillo
Jajajaja Que imaginación Jaume